miércoles, febrero 09, 2011

 Entrevista a Jacques-Alain Miller sobre el affaire Mosley


 ¿Qué le inspira el affaire Mosley?
Jacques-Alain Miller: Usted observa una rata en el laboratorio, usted comprende inmediatamente: buscar la comida, evitar el dolor, etc. Pero un hombre, habla, lo que complica todo. Su comportamiento no tiene nunca nada de evidente: cualquier novela policial se construye con ello, cualquier defensa legal también. Lleno a mi mujer de atenciones, pero es para engañarla; engaño a mi marido, pero es porque lo amo; etc. En el caso presente, el señor Mosley niega toda connotación nazi. Si contaba en alemán los golpes con una correa de cuero que daba a una joven arrodillada –Eins ! zwei ! drei ! vier ! fünf ! sechs !–, es, dice, porque ella era alemana…


¿Usted le cree?
No necesariamente, pero dijo al menos algo justo: «Es un asunto privado y muy personal». No hizo un espectáculo de cabaret, no produjo una película, no es Dieudonné. No se hizo tampoco fotografiar con la svástica como recientemente tres soldados rasos muy nuestros. Hablemos crudamente. Tres o cuatro veces al año, un señor se oculta en un departamento de Chelsea para jugar durante cinco horas a « tutu panpan » con una pequeña troupe de prostitutas contratadas. Este guignol parece serle necesario para tener una erección. Las chicas llevan en sus valijas un equipaje: el tema puede ser tanto la armada como la prisión o el tribunal. Como en El balcón de Genet. Hay que admitir que es harmless, no le hace mal a nadie. Hay toda una industria, en Londres como en París, o en la Roma antigua, que procura esto a su clientela. Max Mosley no es Michel Fourniret.

Si, pero no reluce mucho…
Los hombres no son ratas, en ellos el goce se realiza por medio de fantasmas. Algunos se contentan con tenerlos en la cabeza, en la ocasión, en el coito más normal; otros los ponen en escena; cuando pasan al acto, en lo real, es otra cosa. En todos los casos, una cierta vergüenza se liga a estos pequeños escenarios, y esta confesión es la más difícil de obtener en análisis, Freud ya lo señalaba. El presente escándalo traduce el hecho de que el goce como tal repugna al espacio público. Sin embargo este espacio está actualmente en expansión acelerada. Con lo numérico, los aparatos de grabación se multiplicaron y miniaturizaron, y por internet nos comunicamos instantáneamente con el universo. Además, con la ayuda del terrorismo, entramos en la era de la vigilancia generalizada. El espíritu del tiempo tiende de este modo a instaurar un derecho a saber, a saber todo, ilimitado. Y entonces, el goce íntimo del hombre público está a partir de ahora en el banquillo. Recuerde la desventura de Bill Clinton. Escándalos de este género están prometidos a multiplicarse irresistiblemente. La vida privada está sin duda mejor protegida en Francia, pero ¿cuánto tiempo aguantará el dique?

¿Cómo interpretar el hecho de que el padre de Max Mosley frecuentaba a Hitler?
Evidentemente, esto crea un efecto de sentido, que cosquillea al voyeur universal en que nos hemos convertido. ¡Ojalá Hitler se hubiera satisfecho con un simulacro de cuatro centavos en un burdel de Berlín! Pero desde ese punto de vista, el monstruo estaba clean, y quizá fuera incluso impotente. En el caso presente, lo que apareció sobre la escena de la historia como una tragedia sin igual retorna bajo la forma de una farsa. El pequeño Max tenía 5 años en 1945, sus padres estaban internados, y es posible pensar que su goce sexual se haya ligado precozmente a elementos del período. «Embarrassing», como dijo con un understatement muy británico, pero no por ello esto hace un nazi. Una mujer puede muy bien ser feminista y no llegar al orgasmo sino a condición de imaginarse violada. Vuestros fantasmas siempre son embarrassing, no están forzosamente de acuerdo con lo que se conoce de vuestra personalidad.

¿Cuando los padres son antihéroes, se puede rechazarlos en bloque, sin arriesgarse al «retorno de lo reprimido»?
No hay regla general. La única regla, si hubiera una, es que siempre existe «la falta del padre». Y vale más que sí: nada más traumatizante que los padres impecables, ¡eso vuelve loco! Pero el affaire Mosley, es una novela del tiempo pasado. El verdadero problema del porvenir, es la desaparición del padre, pues ¿dónde irá la falta?

¿Pero en qué el affaire Mosley pertenece al pasado?
Una dinastía de barones del Staffordshire, gran familia, gran fortuna, altas tradiciones. El padre está allí bien en su lugar, Oswald Mosley, un original, aliado del clan Mitford, amigo de Eduardo VII, diputado conservador, luego socialista, luego fascista, que logró poner en las calles de Londres millares de ingleses con camisa negra. Se lo veía a menudo en la televisión en los años 60-70: se volvió un ícono, exhibiendo “el peor inglés del siglo XX”. En cuanto al hijo, piloto de carreras, constructor de automóviles, abogado, multimillonario, apóstol de la seguridad en las rutas, conciencia moral del deporte automovilístico, tuvo una bella carrera, consagrada hace tres años, en París, por la Legión de honor. Arrastraba solamente un pequeño goce glauco, que no exhibía, pobre traducción, o pobre residuo, de la gesta paterna. Y ahora el oprobio universal y BMW, Mercedes, Honda, Toyota, que truenan, teniendo sin duda algo que perdonarse en relación con 1945. Y el coro de vírgenes ignorantes, no habiendo leído a Sade, y que jamás jamás, hubieran imaginado que semejante horror pudiera existir. ¡Caigamos sobre Mosley! En resumen, la farsa masoquista continúa cada vez mejor.
Siendo un personaje público Max Mosley se puso tanto más en peligro.
Ah, como dice Baudelaire, “el placer, este verdugo sin piedad”. Esto muestra bien el precio que, desde siempre, se liga al goce sexual. Lo nuevo, es este hecho de civilización: frecuentar las mujeres públicas se vuelve peligroso para los hombres públicos. Lo vimos también el mes pasado con el reluciente gobernador del Estado de New Cork, Eliot Spitzer. Plaga de Wall Street cuando era fiscal, tuvo que dimitir por haber fornicado con una prostituta en un hotel. Por precaución su sucesor, un Negro, ciego, comenzó su mandato convocando a la prensa velozmente para enumerar las amantes que había podido tener. Pronto, para asegurar sus funciones, un hombre público no se contentará ya con declarar su patrimonio, deberá igualmente declarar su modo de gozar. No estamos muy lejos. Bertrand Delanoé trazó el camino: candidato a la alcandía de París por primera vez, se cuidó de declarar su homosexualidad. Por haberlo callado, el gobernador del estado de Nueva York debió renunciar en 2004. Un buzz corre ahora por internet, que da el nombre de la supuesta amiga de Hillary. Por poco que mañana se descubra a Obama una o dos amiguitas, y está listo. Etc. Los países católicos tradicionalmente son más tolerantes a las errancias consubstanciales al goce, pero es lo peor del puritanismo anglo americano lo que la mundialización tiende a universalizar; la indignación hipócrita deleitándose con la obscenidad que ella engendra y descubre incesantemente. No se volverá atrás. En un cierto tiempo, los héteros también pasarán a confesar en la plaza pública. Hannah Arendt también causó escándalo hace tiempo hablando de la «banalidad del mal» a propósito de los nazis, ¿Y la banalidad del goce? ¡Un esfuerzo más!

Le Point No. 1856 / 10 de abril 2008 (pp. 64/65)
Palabras recogidas por Christophe Labbé
* Se publica en: “France=dépression”, Seuil.

Traducción: Silvia Baudini 

No hay comentarios: