lunes, febrero 21, 2011

¿MENTAL?
Éric Laurent
Nada es más preciado que la salud mental. Conocemos la anécdota que relata 
Freud en su obra El chiste y su relación con lo inconsciente de un pobre judío 
de Viena, Hirsh, que toma el tren para Karlsbad y sus aguas termales. Está en 
el tren y no tiene boleto. El guarda lo intercepta y le pide que baje del tren. 
Lo hace y vuelve a subir enseguida a otro vagón. Lo agarran, el guarda le 
pega y lo echa del tren. Sin embargo vuelve a subir, el guarda lo muele a 
golpes, etc. Así continua durante un cierto número de estaciones. Al cabo de 
algunas paradas agitadas, por el mismo episodio, se cruza con uno de sus 
amigos de Viena que había logrado no ser descubierto por el guarda y que le 
pregunta: “Pero ¿qué haces aquí?, y Hirsh responde: “Voy a Karlsbad a tomar 
baños termales, ¡si mi salud me lo permite!”
La salud mental, es un poco eso. Es permanecer en el tren si nuestra salud 
mental nos lo permite. La relación entre Hirsh y el guarda nos señala algo 
profundo: que indiscutiblemente la salud mental existe, pero tiene poco que 
ver con lo mental, y muy poco con la salud. Tiene relación con el Otro, y con 
el silencio. La salud mental es lo que asegura el silencio del Otro, así como la 
salud es el silencio de los órganos. Jacques-Alain Miller situaba esto diciendo 
que la salud mental es ante todo una cuestión de orden público. El Witz 
freudiano señala esta relación al otro del control, decisivo en todas las 
cuestiones de salud, mucho antes que nos agotemos en querer controlar los 
presupuestos. Pero también es necesario tener en cuenta esto: en lo que 
concierne a la salud, el orden público está desplazado por el nuevo estatuto 
del amo. El nuevo amo está preocupado por las mediciones. Cada vez más los 
nuevos políticos se centran en la publicación de cifras, índices y sondeos, 
considerando el resto como retórica y pequeñas frases. Es un uso de las 
matemáticas sociales muy diferente al de las Luces, donde Condorcet veía a la 
ciencia matemática esclarecer los impasses del proceso electoral.
El amo antiguo no estaba en absoluto preocupado por las cifras; él enunciaba 
el orden del mundo. Si una mina de sal producía más de lo que habían 
establecido los mandarines, urgentemente se la cerraba por el bien del 
Imperio. Asimismo, el amo del Antiguo régimen no se preocupaba por los 
sujetos y su salud, sólo se preocupaba por la suya, la del reino venía por 
añadidura. Es con las Luces, luego con los Derechos del Hombre, que se 
introduce la preocupación por la salud, y la salud mental. A partir de ese 
momento el saber considera la organización social, la crítica y la cifra. Desde 
entonces no deja de trastornar al amo. El saber hace surgir posibilidades  -
posibilidades de vida y de sobrevida-, de las cuales nadie sabe la utilidad. ¿Es 
bueno, es malo? Los comités de ética intentan apreciar, evaluar, dividir estos 
efectos en tonos compatibles no sólo con el amo, sino con la vida. Es 
necesario seguir detalladamente el embarazo de las definiciones con las que 
el amo intenta utilizar la ciencia y sus procedimientos para ceñir lo que es 
deber de Estado en la salud, es decir para legitimar su descompromiso. El 
Estado contemporáneo, profundamente endeudado, propone una nueva 
definición del horizonte democrático prometido al ciudadano. Ya no se trata 
más de asegurar la felicidad ni el bienestar social (Welfare), es necesario 
ahora limitarse a lo que tiene un efecto científicamente demostrado. En lo que 
concierne a la felicidad no es mucho. Sin embargo, el amo quiere estar 
justificado al limitarse a lo que está de este modo reducido, y privatizar el 
resto.El psicoanálisis, tolerado entre las dos guerras mundiales en el concierto de 
las técnicas terapéuticas, fue requerido después de la guerra por los ideales 
de prevención. Un informe célebre redactado para la Organización Mundial de 
la Salud por el psiquiatra y psicoanalista heterodoxo John Bowlby iba a hacer 
aceptar que una de las causas esenciales de las enfermedades mentales 
estaba enlazada a la falta de cuidados maternales del niño. El representante 
del psicoanálisis había encontrado la clave: era la madre. Esta fue 
transformada en aliada de peso en el dispositivo general del Estado. Toda la 
posguerra está marcada por  la creación en los Estados industrializados, de 
instancias de cuidados maternales: centros de orientación infantil en 
Inglaterra, CMPP en Francia; en los Estados Unidos centros de consulta 
(Clinics) en el ámbito de los Estados, incluso de las Municipalidades, sin 
alcanzar el nivel federal. El género literario de los “Consejos a las madres” fue 
considerablemente renovado por los psicoanalistas que, desde Winnicott a 
Betelheim pasando por Anna Freud y los alumnos de Melanie KIein, 
escribieron guías prácticas  para ser usadas por las madres salteándose a la 
autoridad pediátrica.
Es claro que la Madre, como la piensa el Estado, está en peligro. La OMS ya 
no cree que la causa esencial de las enfermedades mentales sean los malos 
cuidados maternales. No se ve, por otra parte, como esta perspectiva no 
culpabilizaría a las madres, y si se las culpabiliza, es necesario aliviar esta 
falta con ayuda. El sostén de las madres cuesta muy caro. Ahora no se trata 
ya de ayudar, sino de promulgar una Carta Internacional de los Derechos del 
Niño, y de confiar luego a la justicia la inquietud de intervenir cuando los 
cuidados maternales son distorsionados. No se habla más de niños mal 
cuidados por su madre, se evoca el maltrato de los niños y se los confía a 
instituciones cuya definición es más asistencial que científica, lo que autoriza 
a emplear antes un personal educativo que un personal altamente calificado, 
y por consecuencia oneroso.
En el mismo movimiento es necesario inscribir las nuevas consideraciones 
jurídicas sobre el padre. Uno ve aparecer una suerte de Comité de defensa de 
una especie en vías de extinción: el padre. Uno recuerda todo el bien que él le 
hace al niño. Los técnicos de la procreación artificial devolverían con urgencia 
un “Derecho al padre” que pondría al abrigo de las psicosis y otros problemas 
que tocan a la enfermedad mental. No es seguro que pueda existir un derecho 
al padre, ni tampoco un derecho al amor. Sin duda las ficciones jurídicas que 
constituyen el sistema de parentesco de las sociedades complejas juegan su 
papel, pero la incidencia en el inconsciente del sujeto de la cuestión del padre 
no se agota con la consideración de su estatuto jurídico. Freud situaba muy 
bien en El malestar en la cultura el alcance de la nostalgia por el padre  -
Vatersehnsucht. Sean cuales fueren las medidas de derecho que se tomen, no 
habrá jamás bastante padre -siempre pediremos más. Una cosa es detener el 
desmantelamiento de los derechos paternos y las paradojas que esto 
eventualmente provoca, y otra cosa es el incurable llamado a lo que vendría a 
asegurar la consistencia del sistema como tal. Con este derecho al padre sólo 
encontramos un monoteísmo jurídico laico.
El mejor aliado del psicoanálisis es sin duda el psicoanálisis mismo, en su 
efectividad. Lacan distinguía respecto a esto el psicoanálisis puro y el 
psicoanálisis aplicado. Contrariamente a una costumbre según la cual la 
aplicación del psicoanálisis apuntaba a un desciframiento de las producciones 
de la cultura en el marco edípico y pulsional, se trataba para él de aplicarlo en 
el campo de la medicina: “terapéutica y clínica médica”. Se espera de 
nosotros  -decía-, la crítica de nuestros resultados, la puesta a prueba de 
nuestras categorías y el examen de nuestros proyectos terapéuticos. Nosotros 
retornamos estos tres registros, explícitamente propuestos por Jacques Lacan 
en 1964 como los de la “Sección de psicoanálisis aplicado” de su Escuela.De este modo proponemos examinar la inserción actual del psicoanálisis en 
todo el campo producido por la re-engeenering de la distribución de los 
cuidados psiquiátricos. La transmisión y la transferencia de los cuidados o la 
recepción en “lugares de vida” fuera del hospital crean toda una zona donde 
el psicoanálisis puede hacer escuchar proposiciones positivas. .
El psicoanálisis no es “para todos”, no tiene su lugar en todos lados, pero en 
todos lados puede recordar que el sujeto surge de la palabra  -ser hablante, 
ser hablado, hablante ser. A través de los años y las culturas, las estructuras 
clínicas y las lenguas, evalúa la potencia de la palabra, propone una 
alternativa al peso angustiante del determinismo científico que no es la 
esperanza de un milagro. Sitúa el campo de lo necesario, mantiene el lugar 
de lo contingente.*


*Este artículo apareció en el primer número de Mental, junio 1995

miércoles, febrero 09, 2011

 Entrevista a Jacques-Alain Miller sobre el affaire Mosley


 ¿Qué le inspira el affaire Mosley?
Jacques-Alain Miller: Usted observa una rata en el laboratorio, usted comprende inmediatamente: buscar la comida, evitar el dolor, etc. Pero un hombre, habla, lo que complica todo. Su comportamiento no tiene nunca nada de evidente: cualquier novela policial se construye con ello, cualquier defensa legal también. Lleno a mi mujer de atenciones, pero es para engañarla; engaño a mi marido, pero es porque lo amo; etc. En el caso presente, el señor Mosley niega toda connotación nazi. Si contaba en alemán los golpes con una correa de cuero que daba a una joven arrodillada –Eins ! zwei ! drei ! vier ! fünf ! sechs !–, es, dice, porque ella era alemana…


¿Usted le cree?
No necesariamente, pero dijo al menos algo justo: «Es un asunto privado y muy personal». No hizo un espectáculo de cabaret, no produjo una película, no es Dieudonné. No se hizo tampoco fotografiar con la svástica como recientemente tres soldados rasos muy nuestros. Hablemos crudamente. Tres o cuatro veces al año, un señor se oculta en un departamento de Chelsea para jugar durante cinco horas a « tutu panpan » con una pequeña troupe de prostitutas contratadas. Este guignol parece serle necesario para tener una erección. Las chicas llevan en sus valijas un equipaje: el tema puede ser tanto la armada como la prisión o el tribunal. Como en El balcón de Genet. Hay que admitir que es harmless, no le hace mal a nadie. Hay toda una industria, en Londres como en París, o en la Roma antigua, que procura esto a su clientela. Max Mosley no es Michel Fourniret.

Si, pero no reluce mucho…
Los hombres no son ratas, en ellos el goce se realiza por medio de fantasmas. Algunos se contentan con tenerlos en la cabeza, en la ocasión, en el coito más normal; otros los ponen en escena; cuando pasan al acto, en lo real, es otra cosa. En todos los casos, una cierta vergüenza se liga a estos pequeños escenarios, y esta confesión es la más difícil de obtener en análisis, Freud ya lo señalaba. El presente escándalo traduce el hecho de que el goce como tal repugna al espacio público. Sin embargo este espacio está actualmente en expansión acelerada. Con lo numérico, los aparatos de grabación se multiplicaron y miniaturizaron, y por internet nos comunicamos instantáneamente con el universo. Además, con la ayuda del terrorismo, entramos en la era de la vigilancia generalizada. El espíritu del tiempo tiende de este modo a instaurar un derecho a saber, a saber todo, ilimitado. Y entonces, el goce íntimo del hombre público está a partir de ahora en el banquillo. Recuerde la desventura de Bill Clinton. Escándalos de este género están prometidos a multiplicarse irresistiblemente. La vida privada está sin duda mejor protegida en Francia, pero ¿cuánto tiempo aguantará el dique?

¿Cómo interpretar el hecho de que el padre de Max Mosley frecuentaba a Hitler?
Evidentemente, esto crea un efecto de sentido, que cosquillea al voyeur universal en que nos hemos convertido. ¡Ojalá Hitler se hubiera satisfecho con un simulacro de cuatro centavos en un burdel de Berlín! Pero desde ese punto de vista, el monstruo estaba clean, y quizá fuera incluso impotente. En el caso presente, lo que apareció sobre la escena de la historia como una tragedia sin igual retorna bajo la forma de una farsa. El pequeño Max tenía 5 años en 1945, sus padres estaban internados, y es posible pensar que su goce sexual se haya ligado precozmente a elementos del período. «Embarrassing», como dijo con un understatement muy británico, pero no por ello esto hace un nazi. Una mujer puede muy bien ser feminista y no llegar al orgasmo sino a condición de imaginarse violada. Vuestros fantasmas siempre son embarrassing, no están forzosamente de acuerdo con lo que se conoce de vuestra personalidad.

¿Cuando los padres son antihéroes, se puede rechazarlos en bloque, sin arriesgarse al «retorno de lo reprimido»?
No hay regla general. La única regla, si hubiera una, es que siempre existe «la falta del padre». Y vale más que sí: nada más traumatizante que los padres impecables, ¡eso vuelve loco! Pero el affaire Mosley, es una novela del tiempo pasado. El verdadero problema del porvenir, es la desaparición del padre, pues ¿dónde irá la falta?

¿Pero en qué el affaire Mosley pertenece al pasado?
Una dinastía de barones del Staffordshire, gran familia, gran fortuna, altas tradiciones. El padre está allí bien en su lugar, Oswald Mosley, un original, aliado del clan Mitford, amigo de Eduardo VII, diputado conservador, luego socialista, luego fascista, que logró poner en las calles de Londres millares de ingleses con camisa negra. Se lo veía a menudo en la televisión en los años 60-70: se volvió un ícono, exhibiendo “el peor inglés del siglo XX”. En cuanto al hijo, piloto de carreras, constructor de automóviles, abogado, multimillonario, apóstol de la seguridad en las rutas, conciencia moral del deporte automovilístico, tuvo una bella carrera, consagrada hace tres años, en París, por la Legión de honor. Arrastraba solamente un pequeño goce glauco, que no exhibía, pobre traducción, o pobre residuo, de la gesta paterna. Y ahora el oprobio universal y BMW, Mercedes, Honda, Toyota, que truenan, teniendo sin duda algo que perdonarse en relación con 1945. Y el coro de vírgenes ignorantes, no habiendo leído a Sade, y que jamás jamás, hubieran imaginado que semejante horror pudiera existir. ¡Caigamos sobre Mosley! En resumen, la farsa masoquista continúa cada vez mejor.
Siendo un personaje público Max Mosley se puso tanto más en peligro.
Ah, como dice Baudelaire, “el placer, este verdugo sin piedad”. Esto muestra bien el precio que, desde siempre, se liga al goce sexual. Lo nuevo, es este hecho de civilización: frecuentar las mujeres públicas se vuelve peligroso para los hombres públicos. Lo vimos también el mes pasado con el reluciente gobernador del Estado de New Cork, Eliot Spitzer. Plaga de Wall Street cuando era fiscal, tuvo que dimitir por haber fornicado con una prostituta en un hotel. Por precaución su sucesor, un Negro, ciego, comenzó su mandato convocando a la prensa velozmente para enumerar las amantes que había podido tener. Pronto, para asegurar sus funciones, un hombre público no se contentará ya con declarar su patrimonio, deberá igualmente declarar su modo de gozar. No estamos muy lejos. Bertrand Delanoé trazó el camino: candidato a la alcandía de París por primera vez, se cuidó de declarar su homosexualidad. Por haberlo callado, el gobernador del estado de Nueva York debió renunciar en 2004. Un buzz corre ahora por internet, que da el nombre de la supuesta amiga de Hillary. Por poco que mañana se descubra a Obama una o dos amiguitas, y está listo. Etc. Los países católicos tradicionalmente son más tolerantes a las errancias consubstanciales al goce, pero es lo peor del puritanismo anglo americano lo que la mundialización tiende a universalizar; la indignación hipócrita deleitándose con la obscenidad que ella engendra y descubre incesantemente. No se volverá atrás. En un cierto tiempo, los héteros también pasarán a confesar en la plaza pública. Hannah Arendt también causó escándalo hace tiempo hablando de la «banalidad del mal» a propósito de los nazis, ¿Y la banalidad del goce? ¡Un esfuerzo más!

Le Point No. 1856 / 10 de abril 2008 (pp. 64/65)
Palabras recogidas por Christophe Labbé
* Se publica en: “France=dépression”, Seuil.

Traducción: Silvia Baudini 

lunes, febrero 07, 2011

-Video Entrevista a Eric Laurent   - Dic. 2010-   El Super Yo en la actualidad